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lunes, 24 de mayo de 2010

Aquí os dejo un precioso cuento de mi gran amiga María José Mallo,

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La dama del ascensor

Todo el distrito estaba conmocionado. Ya eran cinco los desaparecidos en diferentes empresas y plantas, pero en el mismo edificio: La Torre Sur.
Se habían ido sin dejar rastro. Abandonaron el trabajo a la hora de siempre, sus coches permanecían en el aparcamiento, no llegaron a casa y nadie les volvió a ver.
La policía andaba de cabeza; había pasado un mes y no tenían ni una pista. Pensaron que se habían ido todos juntos por propia voluntad, pero era difícil porque no estaban de vacaciones y ausentarse de ese modo significaba perder el empleo. Tampoco faltaba dinero en ninguna empresa, que hiciera sospechar de un robo. Otra opción que se barajó fue la de que hubieran sido captados por una secta, pero sus cuentas corrientes permanecían intactas. Además varios de ellos ni se conocían, ni tenían nada en común. Muy extraño.
La gente comenzó a tener miedo evitando pasar cerca de la Torre. Los que trabajaban allí procuraban ir y venir en grupos.

El conjunto de empresas afectadas, en vista de la poca eficacia de la policía, decidió contratar un investigador privado. Llamaron al mejor o por lo menos al mas famoso: Juan Monero y su ayudante Casimiro Desgracia. Eran diferentes por dentro y por fuera como el mar y la arena, pero lo mismo que estos, inseparables y complementarios. Físicamente eran como ….Arturo Fernández y Torrente y en cuanto a gustos, mientras Juan era un hombre elegante, refinado y pulcro, Casimiro era un ordinario de mucho cuidado, con la camisa rechinante de puños deshilachados y cuellos retorcidos, americana con brillos de excesivo uso y poca limpieza y corbata llena de manchas de grasa de la comida basura que se metía entre pecho y espalda, lo cual unido a la vida sedentaria, habían transformado su cuerpo en una bola de grasa.

Llegaron una mañana temprano llamando la atención como siempre. Se metieron en el ascensor y se dispusieron a subir al piso 20 donde iban a montar su cuartel general. El elevador se detuvo en el piso 10 y una morena muy atractiva lo abordó para deleite de Juan que no le quitó la vista de encima. Ella le miraba de soslayo con sus penetrantes ojos verde esmeralda. Monero salió del ascensor caminado hacia atrás para no dar la espalda a la mujer y antes de que se cerrara la puerta le hizo una cortés y rendida inclinación de cabeza.
Una vez solos en el despacho se pusieron manos a la obra: Pero Juan, primero de todo, quiso informarse de quien era la mujer de los ojos esmeralda para enviarle flores. Resultó imposible. Por lo visto estaba de visita y nadie la conocía. Tuvo que resignarse.

“Veamos, Casimiro, yo inspeccionaré de nuevo los despachos de los desaparecidos y veré si puedo establecer un nexo entre ellos, tú mira si ocurrió alguna cosa en el edificio, común a los días en los que desaparecieron”
“¿Como que?”
“No lo se. Cualquier cosa común. Por insignificante que sea. A ver si por ahí encontramos algo”.

Pasaron un par de días y las pesquisas no avanzaban demasiado.
No avanzaban, para ser exactos.
Juan Monero pensaba en la morena de los ojos verdes cada vez que tomaba el ascensor. No la había vuelto a ver.
Esa tarde Desgracia llegó corriendo a su despacho. Era como una peonza.
“Jefe, jefe he encontrado algo….”
“Se ha ido”, dijo una limpiadora, “acaba de coger el ascensor”.
“Precisamente era eso. El ascensor estuvo parado unos minutos entre dos pisos todos los días en los que desapareció alguien. Solamente esos días. Nunca en otras fechas. No tendrá sentido, pero es lo único que encontré”, se dijo Casimiro para si mismo.

El vanguardista elevador se detuvo en el piso 15. “¡Oh gracias dioses, la morena de la mirada felina!. No se me escapa viva…”
Se miraron intensamente sin mediar palabra. Ella extendió el brazo por encima del hombro de Juan y paró el ascensor entre el piso 13 y 12.
“Tendremos poco tiempo hasta que lo pongan en movimiento”, pensó él.
“Será suficiente”, dijo ella con una voz ronroneante.

Cinco minutos tardó en llegar al vestíbulo. El encargado de mantenimiento y un vigilante esperaban. Una mujer morena de penetrantes ojos verdes, hermosa e inquietante se dispuso a salir. No había nadie mas.
“¿Bajaba sola?”.
“Si, sola”.
“¿Se encuentra bien?”inquirió el vigilante.
“Perfectamente”, dijo ella mientras los envolvía con su mirada esmeralda de pantera.

María José Mallo

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2 comentarios:

  1. Muchas gracias, Rosa. Me ha encantado la imagen.
    Un fuerte abrazo.

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  2. Hola MªJosé, me alegro que te gustase la imagen que le puse a tu Cuento, un beso, y gracias por todo, hasta pronto.

    ROSA

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